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Actualidad y Artículos | Infantiles y de la adolescencia, Trastornos infantiles y de la adolescencia   Seguir 47

Noticia | 05/07/2016

Niños de seis años con anorexia: la obsesión por el peso ya afecta a los más pequeños

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Un niño de seis años puede decidir dejar de comer porque no le gusta su cuerpo. De hecho, ocurre. Y lo hace en proporciones cada vez más inquietantes. El número de niños de entre seis y 12 años con trastornos de la conducta alimentaria (TCA) ha aumentado un 50% desde el año 2010 en España. La creciente presión de los padres por que sus pequeños luzcan un peso y una imagen ideal, la necesidad cada vez más temprana de adecuarse a los cánones estéticos para ser aceptados en la escuela y los malos hábitos alimentarios en casa son las principales causas. Los expertos advierten: todavía no es motivo de alarma social, pero si se mantiene esta dinámica pronto dejará de ser una rareza ver a una niña de ocho años con anorexia.

“Estamos tratando a niños de nueve o diez años que ya expresan una clara preocupación por el peso y la figura corporal. Algunos presentan cuadros completos de anorexia nerviosa, aunque a esas edades es menos frecuente que haya vómitos o métodos purgativos y apenas hay uso de laxantes. Básicamente dejan de comer y aumentan su actividad física”, explica Montserrat Graell, coordinadora del Servicio de Psiquiatría y Psicología Infantil y Juvenil del Hospital Universitario Niño Jesús. Este centro hospitalario, una de las referencias europeas en patologías infantiles, es un reflejo claro de esta tendencia. De los cerca de 220 pacientes nuevos al año que recibe su Unidad de Trastornos Alimentarios, unos 80 son hoy niños menores de 13 años, en comparación a los 25 de media que atendía históricamente. Un aumento, en este caso, de más del 200%.

Los niños más graves son ingresados en una de las 31 camas con que cuenta la unidad. Pasan una media de cinco meses en el hospital y un 60% de ellos consigue recuperarse tras cuatro años de terapia intensiva. “El tratamiento en niños es más sencillo porque son más moldeables, están más abiertos al cambio y las familias se vuelcan. Y eso se refleja en la tasa de mortalidad, que es casi inexistente a diferencia de lo que ocurre con los adolescentes y adultos”, explica Graell.

No obstante, la coordinadora advierte: “El pronóstico es bueno si se diagnostica y se interviene a tiempo, pero si no, ocurre todo lo contrario: es más peligroso que si comenzara en la adolescencia. Un niño de ocho o nueve años está en un momento especialmente importante de su desarrollo físico, emocional y cognitivo, y una enfermedad así puede provocar secuelas fatales. En especial en las niñas, que a los nueve años ganan peso en una fase de desarrollo físico crucial antes de la menarquia. Sabemos que una anorexia no diagnosticada en niños tiene muchos números de convertirse en crónica, como de hecho ya estamos viendo en adultos de 30 o 40 años que comenzaron con trastornos alimentarios no tratados cuando eran pequeños”.

Según el Ministerio de Sanidad, los trastornos alimentarios son la tercera enfermedad crónica entre adolescentes y preadolescentes. Afecta a un 6% de los niños de entre ocho y 18 años y otro 11% está en riesgo de sufrirlos. A nivel global, la anorexia es ampliamente la enfermedad psiquiátrica con la tasa más alta de mortalidad.

Todos los centros especializados están notando el incremento. En la clínica López Ibor, uno de los referentes nacionales en psiquiatría, ha dejado de ser algo excepcional ver entrar a una madre en estado de 'shock' junto a su pequeña desnutrida. “Tenemos cada vez más demanda de niños menores de 12 años, a pesar de que no es nuestra especialización. Muchas veces no cumplen los criterios específicos de la anorexia o la bulimia, pero sí tienen una relación peculiar con la dieta, el peso y su imagen corporal”, indica María Inés López-Ibor, directora asistencial de la clínica. “Hemos recibido por ejemplo a una niña de nueve años en un estado muy grave. Se negaba a comer y su crecimiento se había detenido. En estos casos es fundamental comenzar viendo cómo se ha iniciado el trastorno y tratar al niño en su conjunto, es decir al niño y a toda la familia. Ver si ese niño tenía sobrepeso y no lo llevaba bien, si la imagen que daba en la escuela no es la que le gustaba, si se sentía estigmatizado y empezó a hacer dieta a escondidas de sus padres, o si son los padres quienes le han presionado por su aspecto físico”.

Este último punto, el papel de los padres, es posiblemente el cambio más alarmante en los últimos años. Siempre un niño con sobrepeso lo ha pasado mal en la escuela, pero nunca como ahora los padres han metido tanta presión a sus pequeños para estar delgados. Eso, unido a un empobrecimiento de la dieta en casa (hogares que alimentan a sus hijos a base de comida precocinada y fiambre) y a una menor atención sobre los niños por culpa del estrés y los horarios laborales, pone a las familias en el punto de mira.

Como señala la doctora Graell, “hay familias en las que el peso y la imagen corporal es muy importante, y transmiten ese valor al niño. Yo las llamo ‘pesistas’, como si fuera el racismo del peso. Una madre es muy importante a la hora de transmitir valores sociales y culturales a un niño, y hay mamás que no toleran que sus pequeños tengan un cuerpo distinto. Por eso al llegar a los seis o siete años, que es cuando se inicia la conciencia sobre nuestra imagen corporal, podemos ya encontrar los primeros problemas de no aceptación del propio cuerpo”. La doctora cifra en un 30% los casos en que un niño con problemas alimentarios llega al hospital de la mano de una madre obsesionada con el peso.

La profesora López-Ibor coincide en ese punto: “Antes un niño gordito parecía que era un niño sano; ahora parece enfermo y además hay mucha presión por eso. Muchas familias ponen a sus hijos pequeños a dieta sin supervisión de un pediatra o un especialista, y eso es muy peligroso”.

“Estamos entrando en una espiral en la que muchos niños con trastornos alimentarios vienen de padecer sobrepeso. Comían mal y eso derivó en una restricción en su dieta”, señala Javier Quintero, director de Psikids. “Un 40% de los escolares no desayuna en condiciones. ‘Es que no quiere comer’, dicen los padres. ¿Cómo podemos dejar que un escolar se salte el desayuno? La educación alimentaria de nuestros hijos es fundamental, y en España es un desastre. Se nos llena la boca con la dieta mediterránea pero luego damos a los niños porquerías. Todo frito, nada de fruta y verdura. Los padres piensan: esto no le gusta, pues no se lo doy. Y esa educación hace que si el niño empieza a comer mal, a restringir, a saltarse alimentos, puede pasar sin darnos cuenta a no comer nada”.

En realidad, obesidad y anorexia son vasos comunicantes en la infancia. Cuanto más crece uno más lo hace el otro. Un estudio del Ministerio de Sanidad refleja quecasi la mitad de los menores españoles sufre sobrepeso, con especial preocupación entre los niños de siete y ocho años, que en un 43% de los casos pesan más de lo que deberían.  "La obesidad y el sobrepeso se consideran ya factores de riesgo para padecer anorexia”, confirma Graell. “Muchos de estos niños son comedores selectivos. Aunque ingieran cantidades normales, se limitan a tres o cuatro alimentos. Si a eso le sumas que el niño es ansioso, dependiente y obsesivo, con mucha fijación por ser el mejor y agradar a los demás, en especial a mamá y a los profesores, puedes dibujar un perfil claro de riesgo. Aún con esto, lo que de verdad marca que un niño pueda o no caer en un trastorno alimentario es su vulnerabilidad genética. Ella sola explica hasta un 50% de los casos. Sin un componente genético, como puede ser por ejemplo una buena tolerancia al ayuno, es muy difícil que un niño desarrolle una anorexia”.

El uso de las nuevas tecnologías, como internet o los teléfonos móviles, es mucho menos dañino en niños que en adolescentes. Sin embargo, como el acceso a ellas se produce a edades cada vez vez más tempranas, también son consideradas por los expertos como un factor de riesgo. "Las redes sociales pueden conducir a los niños a entornos muy turbios, a foros o blogs que fomentan conductas que facilitan la anorexia y les animan a no comer. Afortunadamente, los niños de seis u ocho años aún no tienen tanto acceso, pero ya empiezan a explorar y los padres deben tener mucho cuidado con lo que trastean sus hijos por la red", advierte Quintero.

Josefa Aymat, presidenta de la Asociación para la Defensa de la Atención a la Anorexia Nerviosa (ADANER), que presta asistencia a familias víctimas de esta enfermedad, da una clave para aquellos padres preocupados: el estado de ánimo de sus hijos. “La tristeza es un síntoma, verles que no quieren jugar. Un niño que siempre ha sido dinámico y dispuesto a compartir, ahora no quiere compartir, se aísla. Ese es un foco de atención. Y por supuesto la comida. No quieren comer, dicen que les duele la tripa. Yo siempre digo a los padres que no todo el niño que un día no coma o esté triste vaya a desarrollar un proceso así, pero si eso pasa un día y otro por favor que estén atentos, porque no hay mejor prevención que lo que se coge realmente a tiempo”.


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